De Australia y la importancia de las etiquetas

 

Hay un factor que me ha costado mucho entender. Incluso el día de hoy no lo tengo muy claro: el hecho de por qué es tan decisiva la etiqueta en el proceso de compra de una botella de vino. Ojo, sé que en una primera selección de un vino desconocido, es fundamental, junto con el precio y otros elementos como país, región o tipo de uva. No hay más opción que confiar en que el vino va a tener una relación proporcional con su presentación. De hecho, un poco más adelante expresaré alguna anécdota que me lleva a reforzar lo que digo, pero una vez que el vino ya se conoce y nos gusta o que ha sido recomendado para ser adquirido en anaquel por algún miembro de un equipo de ventas de un centro de consumo, llámese sommelier, capitán, mesero, etc., ¿por qué le seguimos dando tanta relevancia a la etiqueta?

 

Les tengo que confesar que me ha pasado que una de las mejores relaciones precio-calidad que he importado la tuve que dejar simplemente porque la etiqueta recordaba mucho a la de los seguros Qualitas y hacía que eso no presentara ningún tipo de rotación e incluso tener que rogar por apoyo de clientes que me tuvieron que hacer el “gran favor” de aceptarme el mencionado vino con un súper descuento, sino es que rematado, con el fin de deshacerme del problema que tenía en las manos.

 

Eso por un lado, y basta de quejas; por el otro está la parte que le cedo a todos: la etiqueta es básica para que el vino no solamente entre por los ojos sino para que este siga siendo recomprado en los anaqueles y vuelto a pedir una y otra vez en centros de consumo. Una etiqueta que gusta tiene muy altas probabilidades de guiar a un vino ganador independientemente de otros factores, y lo que sí es muy simpático es que en general una etiqueta que gusta lo mismo le agrada al naco, al de buen gusto, al simple mortal, al que casi no toma, etc. Es un fenómeno muy chistoso como básicamente somos tan parecidos todos. Lo que me recuerda recomendarles el libro Stuff White People Like (the unique taste of millions) que les dejará más que claro lo que estoy tratando de decirles.

 

 

Como yo, obviamente, no escapo de los términos generales, esto me lleva a recordar cómo estando en Sidney, frente a un anaquel de vino que literalmente abarcaba hasta donde mi vista pudiera llegar, soñé y me imaginé si un día importaba vino de ese país: cuál de ese mar de etiquetas me gustaría que fuera. Fue así como después de un rato de escaneo visual saltó frente a mí la huella de un pie que más que nada me recordaba al talco Ting, sin embargo, eran tanto en los blancos como en los tintos unos contrastes de colores muy llamativos que al hacer conjunto con la mencionada huella daban unas presentaciones cautivantes. La parte feliz es que unos meses después ya los estábamos presumiendo en las mesas tapatías, y la triste es que en una disputa legal perdieron la imagen en contra de una bodega californiana mucho más grande pero con menos de la mitad de personalidad y el carisma que la australiana en mención.

 

Ya que llevo varias menciones al país de los canguros no me queda más que hacer una declaración de amor hacia la  forma en que han adoptado la uva Syrah del Rodano y le han dado su gran reinterpretación como Australian Shiraz, un clon varietal del que llevo enamorado por décadas y del que me declaro gran fanático. Obviamente sin dejar fuera a todos los otros experimentos que llevan a cabo que me hacen recordar y comparar con lo que decía en el blog de hace unas semanas dedicado a California en donde hablo de gente visionaria, arriesgada y experimental. Bueno, pues con la mezcladera de temas  ya se me hizo un poco más largo que de costumbre y ¡eso que hoy no hablé de fut!

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