Mi romance con las Rías Baixas (II)

Colaborar de tiempo completo y de forma directa en el departamento de exportaciones de una bodega como Martín Códax fue una experiencia por demás enriquecedora en muchos aspectos: conocer de lleno y enamorarme de la uva Albariño; apoyar en la operación de exportación hacia importadores de todos los tipos y tamaños en muchos países de Europa, Asia y America Latina, de un gran agente en los Estados Unidos, de las corporaciones gubernamentales en Canadá; enterarme de países y regiones que importan vino y que yo nunca hubiera imaginado; hacer la convocatoria a toda la clientela potencial para las ferias, a pesar de haberme quedado con las ganas de ir como parte del equipo de apoyo a aquel Vinexpo del 99 en  Burdeos; apoyar con las visitas guiadas a una bodega en el corazón de Galicia en donde, aunque era bastante raro que un tapatío cuyo acento no puede ser más marcado y negar menos la cruz de su parroquia, lograra excelentes ventas en la tienda que está al final del recorrido; colaborar en distintos aspectos con la prensa; ser partícipe de diferentes convocatorias en diversos aspectos de la bodega como asesorías y programas a la exportación, la importancia de fortalecer las Rías Baixas como denominación de origen más allá de la uva Albariño; tomar el primer curso de vino; conseguir unto (una especie de grasa bovina) para enviarle como favor junto con su pedido a un español, importador en Alemania, y demás anécdotas que pudiera seguir compartiéndoles, no hicieron más que ratificar ese sentimiento del que les hablaba en el blog anterior.

Uva Albariño.

Yo, en verdad, me quería dedicar al comercio internacional de bebidas interesantes, quería llevar novedades a la gente, que probara vinos distintos y tenía ante mí la mejor de las oportunidades: ¿por qué no llevar esa delicia en la que yo colaboraba para vender todos los días, que era la uva Albariño, a México? Ok, acepto que tal vez no sería exactamente lo mismo que exportar tequila, pero ¿no podría ser igual o más emocionante? Llevar la distribución de la marca de Albariño Martín Códax bajo el brazo como complemento de la de la de cigarritos puros Ducados que había logrado unos meses antes en un arrebato de valor que tuve en Madrid, de esos que solo da la juventud y que la realidad del paso de los años hace que se pierdan, se convirtió en mi meta inmediata, a partir de ese momento lo tenía más que claro….no podía regresar a México sin ser el representante único y exclusivo de esas dos marcas.

Aquí aparece Sonia Castro, mi jefa inmediata y de la que con el tiempo también fui su importador en la siguiente empresa en la que trabajó, Bodegas Real en Castilla La Mancha. Desafortunadamente le perdí la pista alrededor del 2003 ó 2004 y ni por medio de todas las redes sociales he podido volver contactarla. Bueno, pues ella fue quien me apoyó e intercedió por mí ante Juan Vazquez y Pablo Bujan, directores general y comercial, respectivamente, con quienes siempre he tenido una relación de cordialidad, amistad y respeto, sin embargo y con justas razones, tenían sus dudas respecto a trabajar con un importador que apenas iba a empezar y eso llevó a mi siguiente gran golpe de suerte.

Sí, efectivamente aceptaron que trabajáramos en conjunto pero no me podían dar la marca principal por dos motivos: el primero y más sencillo de todos, ya tenían importador en México y el segundo, nunca me lo dijeron abiertamente pero no es necesario adivinar, no le podían dar la marca insignia de la bodega a alguien que apenas soñaba con su primera importación y es por eso que hablo del golpe de suerte. Me ofrecieron llevar una etiqueta paralela que al día de hoy es una de las más enigmáticas y apasionantes que yo he conocido en estos ya 18 años de trotar en este mundo del vino: Burgáns, marca que tengo la fortuna de representar todo este tiempo después.

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