¿Veganos dices?

Por Sofía Orozco

Si algo tienen de particular estos tiempos es justamente esa enorme amalgama de haceres, pensares y decires que conviven y subsisten, no sin bastantes fricciones entre nosotros. Irle a un equipo de futbol o a otro, votar izquierda o derecha, ser pro inmunizaciones o antivacunas, creer en conspiraciones o ser tierraplanista, enarbolar la bandera del cero desecho o ser absolutamente consumista y contaminador; y así, en todo.

Dos de los puntos a donde nos lleva el péndulo es al extremo de los amantes de la carne, las pieles, los zapatos con suela de vaqueta, las tostadas de cueritos, y la carnita asada, contra el extremo de los que practican el veganismo con toda conciencia y responsabilidad.

En materia de vinos, no podría ser diferente.

No vamos a perdernos en ese territorio desconocido por mí sobre vinos de culto, grandes vinos, vinos clásicos, vinos ícono y demás adjetivos que además de lejanos, están fuera de nuestro espectro y bolsillo; hoy vamos a hablar de la contraparte, que sí bien también es de las muchas cosas que ignoro, no dejo de sentir un guiño por ese lado fresco, retro y auténtico de hacer las cosas.

El boom de los vinos naturales, orgánicos, ecológicos y biodinámicos que corresponde tal cual al movimiento mundial de volver a lo esencial, a lo básico, a lo no manipulado, nos recuerda que alguna vez fuimos distintos: seres sencillos, expectantes, innovadores, experimentales, apegados a las leyes naturales, observadores del cielo, felices con nuestras circunstancias.  Y es aquí donde está el otro extremo del péndulo: qué pueden ofrecernos los vinos que no están en el 2×1 de la oferta del mes del supermercado ni tampoco en las cavas de la mayoría de las tiendas especializadas porque su producción pequeña y su elaboración artesanal no son compatibles con el ritmo de consumo y negocio actual, al grado de que terminan, paradójicamente, convirtiéndose también en objetos de culto. La respuesta es que, si los conseguimos, pueden ofrecernos todo: la sorpresa, el desencanto, el reenamoramiento, y siempre, siempre, un disfrute tanto por sus cualidades como por sus “defectos” y sus efectos.

Pues bien, dentro de todas estas formas distintas de hacer vino, una que causa mucha risa y curiosidad es la del vino vegano. ¡Pues cómo no va a ser vegano, si está hecho de uva! es la afirmación común y a la que yo le confiero toda la razón: después de que en los tianguis y mercadillos me han querido vender sal de Cuyutlán orgánica y libre de maltrato animal en más de cien pesos la bolsita de un cuarto, no me extrañaría tomar a estafa ésta y otras certificaciones en el vino.

Dos de las etiquetas de vino vegano o con intervención distinta de la línea SVW.

Pero sucede que los que no somos expertos, no sabemos que en los procesos de clarificación del vino es usual utilizar albumina de huevo, caseína de leche, gelatina animal, o derivados del pescado. Hagan de cuenta el desencanto en la cara de un niño cuando le dicen que su hermosa y dulce gelatina morada de sabor uva llegó a esa consistencia gracias a la pezuña de una res o a la cola escamosa de un pescado.

La tendencia en los vinos veganos es omitir este proceso, o bien utilizar derivados de la papa y los frijoles, carragenanos, gelatinas provenientes de algas, o muy comúnmente, bentonita, un mineral arcilloso que cumple con el requisito: que en el proceso ningún ser del mundo animal haya sido tocado.

Habrá quien lo busque y lo prefiera por esta honorable causa, y quienes sólo vamos a probarlo por curiosidad. A final de cuentas, qué grato que el vino vegano también exista y esté al alcance de los consumidores como parte de la diversidad en que vivimos. 

Si usted gusta, busque a su proveedor más cercano. Yo me acabo de enterar que Saint Vincent Wine ya cuenta con al menos uno de ellos entre sus opciones.

Salud.

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