La primera vez que puse un pie en la que es la mayor región en Italia, fue en años de estudiante mochilero en donde los viajes se planean en base a donde hay conocidos y así ahorrarse la mayoría de hoteles posibles. En esas épocas, a pesar de que no faltaba mucho para saber que me iba a dedicar a esto del vino la realidad es que todavía no lo sabía, por lo que no tengo que mucho que reportar al respecto, solamente que fue mi primer encontronazo con la ciudad de Florencia y con el Vinsanto, muy interesante vino de postre, uno de los grandes iconos de la región y que nos fue presentado por una chica que a pesar de habernos dado hospedaje no recuerdo su nombre, sólo que era prima de una de mis compañeros de viaje al cual a medio viaje le dio el síndrome del Jamaicon y se regresó para mejor pasar año nuevo en México.
Segundo y más interesante acto, en el año 2000 y yo ya dedicándome a esto me fue otorgada la beca de la casa de Italia por lo que ahí voy de vuelta a Florencia y con tres principales misiones a cumplir: conocer la iglesia de la carretera, el Harrys bar, lugar que data de 1952 y que por mucho tiempo fue y ha sido punto de reunión en donde confluyen los parroquianos locales con el mundo del turismo y probar el que para muchos puede ser el mejor vino del mundo, el Brunello di Montalcino. Aquí tengo que hacer un paréntesis para agradecer a Monaldo Cadore, en aquel entonces director de la casa de Italia e hijo del mítico arquitecto Bruno Cadore que llegó como parte de la escuadra que armó Ignacio Díaz Morales para traer a la facultad de arquitectura de la Universidad de Guadalajara, no sólo por las recomendaciones sino por apoyarme ante el consejo para que me dieran la mencionada beca.
Así que, como soy de necio, no estuve quieto hasta que logré los tres objetivos; sin embargo y por el enfoque principal del blog, tengo que decir que un buen día en la Fiascheteria Nuvoli, lugar que adopté y que recomiendo a todos, junto con un compañero de clases, un arquitecto brasileño de nombre Douglas Bartholomeu que nos armamos de valor para tener el primer encuentro con el Brunello di Montalcino y pude entender el porqué es tan venerado, unos días después pude comprar en el Esselunga dos botellas para traer de vuelta a México. Esas épocas fueron más que nada mi primer gran encuentro no sólo con los vinos italianos sino con la Toscana en general, en donde también gracias a aquellas tardes de domingo en el estadio Comunale surgió la afición que al día de hoy conservo por la Fiorentina.
Como acto de cierre diré que el año pasado y ya estando en esto desde hace demasiado tiempo en el vino como proyecto de vida tuve el que hasta este momento es mi último contacto con la mencionada región, muy por el contrario que en las anteriores, esta fue con un enfoque 100% enológico en donde las citas y visitas a bodegas mezcladas con muy buenas anécdotas y carcajadas tuvieron completamente llena la agenda y donde surgieron algunos de los proyectos que hoy por hoy me tienen más emocionado, ya se estarán enterando por medio de nuestras redes y página cuando estén por aquí, lo que les aseguro que es más pronto que tarde.