El vino: una educación sentimental

Por Carmen Vidal

 

Siempre se ha dicho que el vino es cultura, y es cierto. Aunque, para mí, es sobre todo, familia, amigos y tierra. Los que nos hemos criado en un país como España, que hace del vino su columna vertebral y buena parte de su producto interior bruto, consideramos el vino como el pan con chocolate de las meriendas infantiles, algo que ha estado siempre en nuestra memoria sentimental y vital. Hemos marcado nuestro ADN viendo a nuestros mayores bebiendo vino, el que se hacía en casa, porque todo el mundo ha consumido el vino de la familia, el de la aldea, y ante la falta de este, el de la bodega de debajo de casa, a la que te mandaba tu madre con una botella, o un pequeño garrafón, para que fuese rellenada directamente del barril. Un vino que se bebía en chatos, vasos pequeños de cristal. No hay álbum familiar que no tenga un buen repertorio de fotos ajadas y en sepia con un grupo de gente alrededor de un garrafón de vino con envoltura de paja, sentada en un campo disfrutando de un día de romería.

 

 

Luego, aparecen esas fotos de finales de los ochenta, cuando empiezas a salir y vas a las tascas de la calle de la Franja, por ejemplo, a tomarte tazas de purrela, vino blanco normalmente de Orense, contenida en unos inmensos barriles que ocupan muy buena parte de los locales. Y, claro, después esas tascas conviven con vinotecas y la gente empieza a acercarse al vino como una obra de arte que hay que analizar y glosar utilizando una terminología entre la química y la hermenéutica. Lo importante, para mí, es el verbo: conviven. No está peleado reconocer y disfrutar reflexivamente de un producto tan exquisito con disfrutar del producto y sobretodo del contexto, de los amigos y de la gente que hace de ese momento algo extraordinario.

 

 

Ahí quería llegar. Imagínense el cuadro: un grupo de amigos, de los de toda la vida, pero que solo se ven una vez al año, por Navidad, como el turrón, se reúnen para una cata de vinos en la trastienda de un bar de extrarradio, rodeado de mar y con una refinería de petróleo al lado (escenario entre Blade Runner y el mundo celta) y ante unos caldos, entre otros, de Mallorca y de Italia, maridados, cómo no, con tortilla, pulpo á feira y pimientos de padrón, empiezan a “largar” frases como: “este vino es como un eyaculador precoz” o “éste es más frívolo que el anterior”, o, no se lo pierdan, “yo soy más de nebiolo”, cuando una hora antes la única discusión posible es “si tú eres de albariño o de godello”… Eso es, para mí, el vino: la tradición y la novedad, conocer y reconocer, los amigos de siempre y los que se incorporan, el viejo mundo y el nuevo… Disfrutar la vida, o como decía siempre mi padre: “o viño é a raíz do corpo”.

 

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